SÓLO UN SUEÑO


Salió de su casa al anochecer. No le gusta el turno de noche, precisamente por la hora en la que debía salir de casa. Desde pequeña el pánico se apoderaba de ella frente a la oscuridad. Ya de adulta, habiendo terminado sus estudios paramédicos, reconocía las sensaciones fisiológicas que comenzaba a sentir y esto la iba paralizando aún más. El aumento del ritmo cardiaco, la hiperventilación, la sensación de nauseas que aumentaba a cada segundo y ella tratando de razonar cada síntoma que se le escapaba de control.

Cerró con dos vueltas de cerrojo la puerta de calle, respiró profundo, preparándose para el momento que se le venia encima. Trató de recordar las escenas de infancia junto a su padre, cuando se sentía tan protegida. Recordó las palabras de su psiquiatra, “internaliza a tu padre y siéntete protegida como entonces”. Qué fácil era decirlo, seguro nunca había sentido como ella.

Caminó calle arriba para alcanzar el bus de las 20:00. Con paso rápido. Siguiendo su lema, “contra más rápido se pasen los tragos amargos mejor será”. Se detuvo un segundo, al percatarse de la oscuridad absoluta de la calle. Los faroles estaban totalmente apagados en toda la cuadra. “Esto era lo último que me faltaba.” El ritmo cardiaco comenzó a aumentar, sus músculos se pusieron alerta. Decidió caminar lo más rápido posible. Se encaminó rauda a la parada del bus. Había caminado algunos metros cuando sintió unos pasos que no eran los suyos, más fuertes, más pesados, aguzó el oído. Sí, ahí estaban. A unos pocos metros de ella. Apuró el paso. Sintió como los otros pasos se apuraban también. La nausea casi la paraliza. Apura un poco más. Allá, a lo lejos distingue la luz de la parada del bus. Corre. Los pasos tras de ella se acercan. Tiene la sensación de no avanzar. Siente una mano que la jala del brazo. Trata de soltarse. No puede. Está sujeta por la cintura. Ve el filo de una navaja frente a sus ojos. Grita, para que la escuchen en la parada…despierta bañada en sudor, llorando.

Temblando, prende la luz. Hace algunas semanas que comenzó con estos sueños. Decidió ir al psiquiatra para ponerle fin al terror. Toma un tranquilizante. “Maldito psiquiatra que ni siquiera con una pastilla puede quitarle el terror”. Se encamina al baño. Lava su cara con agua bien fría. “Debo pedir cambio de turno”, “¿por qué ese cabrón del psiquiatra no me da licencia?”. Se mete a la cama. Tiene ganas de abrazar a alguien. Llora, hasta quedarse dormida.

Despierta al amanecer. Ese día tiene libre. Dedicará el día a ordenar su casa. Hará algunas compras. Visitará por la tarde a su amiga, para volver antes del anochecer. Primero, llamará a la consulta de su psiquiatra para pedir hora.

Pensaba en la llamada de la mujer que atendía por las crisis de pánico, mientras leía sin atención el diario. Estaba a punto de aceptar su hipótesis de psicosis paranoica, quizá deba darle licencia o internarla en una clínica para una cura de sueño. Le molestaba su relato paranoico, así que cuando recibió la llamada decidió que la haría esperar. Le dio hora para dos días más. A pesar de los llantos de ella al otro lado del teléfono. “Un poco de frustración no le haría nada mal.” La tranquilizó, diciéndole, “que cuando sintiera los síntomas pensará en la mano de su padre”. Leyó el pequeño titular al pasar, “mujer es asaltada en plena calle su agresor la mató antes de violarla”.

Salió de su casa al anochecer, cerro la puerta con dos vueltas de cerrojo. La hiperventilación comenzó. Sintió como se aceleraba su corazón. Escuchó la voz de su psiquiatra “tu sabes que esto es sólo tu imaginación, debes combatirlo racionalmente”, cabrón.

La oscuridad de la calle le pareció extraña, debía caminar dos cuadras hasta la parada del bus. Esa tarde había llamado a personal pidiendo que le cambiaran de turno y, la bruja, le había contestado que no podía hacer concesiones a nadie. Temblaba.

Respiró hondo. Comenzó a caminar. Entonó suavemente la canción que su padre le cantaba al hacerla dormir. Apretó la mano como cuando él se la tomaba al caminar por la calle. Quizá el cabrón de su psiquiatra tuviera razón y sólo fuera paranoica. Caminó. Sintió el ruido de pasos tras de ella. Razonó, “es sólo mi imaginación”. Apuró el paso, pensando en su padre. Los pasos se acercaban. Ella, apuró un poco más, “es sólo mi imaginación”. De pronto sintió el jadeo de una respiración cerca de ella. “no puede ser mi imaginación, ¿cómo va a ser una alucinación?” Apretó la mano de su padre, sin atreverse a mirar para atrás. Intentó correr. Las piernas no le respondían. La nausea la paraliza. Apura un poco más. Allá, a lo lejos, distingue la luz de la parada del bus. Corre. Los pasos tras de ella se acercan. Tiene la sensación de que no avanza. De pronto, siente una mano que la jala del brazo. Trata de soltarse y no puede. Está sujeta por la cintura. Ve el filo de una navaja frente a sus ojos. Grita para que la escuchen en la parada… luego, en un segundo, recuerda que todo es un sueño, que justo después del grito despertará. Una sensación de tibieza baja por su pecho, y por entre sus piernas, “voy a despertar, ya voy a despertar”. Se tranquiliza.

De pronto, algo lo hace volver a la noticia, algo familiar, una letra, una frase, se levanta y va a su escritorio, toma la libreta de citas, ¡“mierda”!, exclama antes de tomar el auricular…


Cecilia Salazar Díaz. Marzo del 2007 Añadir imagen

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